
RELATOS
Relatos Eneatípicos
CARLOS
Creo que podría estar sentado en la silla más incómoda que me he encontrado en la vida, por no hablar de la suciedad de este bar de mala muerte al que me ha hecho venir Cristina. Tengo preparada ya la libreta sobre la mesa, la Tablet a su derecha y una pluma grabada con mis iniciales sobre la hoja en blanco. Debo reconocer que a veces el orden me obsesiona, pero es una obviedad que si todo está en su sitio la probabilidad de éxito se incrementa. Mientras espero a la entrevistada, decido pedirme algo para desayunar.
Perdone, ¿podría traerme un cortado con leche de soja fría y una tostada?
La camarera, que caminaba rápida y centrada en atender las mesas de la terraza, se para a mi lado y me contempla sin mediar palabra.
¿Me ha escuchado? Por favor, un cortado con leche de soja fría y una tostada.
Sí, disculpe. Enseguida.
Intento ignorar el desencuentro con la camarera, estoy seguro de que fallará con el café, no está concentrada en su trabajo y si me trae mal el café, provocará que yo tampoco lo esté. Pero intento centrarme, quedan tres minutos para que aparezca Laura por la puerta de este bar de extrarradio y aún no he encendido la Tablet. No puede ser.
Perdone. – Siento el hilo de voz de la camarera encima de mi cabeza. – Nos hemos quedado sin leche de soja… ¿Le importa si le pongo de avena?
Pues sí, me importa. Mire, mejor tráigame un café solo. Con hielo. – E intento que mi cara de fastidio y mi eterno suspiro le hagan saber a la camarera que algo no está haciendo bien.
Por supuesto, disculpe de nuevo. – Ella se sonroja y se va a paso ligero.
Sigo sin saber porqué accedí a cambiar de bar para hacer la entrevista, Cristina no aprecia lo que es un buen café con una tostada, no me dejaré enredar para la próxima.
Según el reloj de mi Tablet son las 12:03, aunque según el reloj de pared que cuelga en este local de aspecto vintage, son ya las 12:05. Podría ignorar la impuntualidad cuando se trata de una cita con un amigo o es algo informal, pero me niego a aceptarla en el ámbito laboral. Mucho menos cuando se trata de una entrevista de trabajo.
Apunto los primeros defectos de Laura en mi Tablet sin conocerla todavía.
Impuntual.
Irresponsable.
Poca seriedad.
Se acerca la camarera con mi café solo con hielo y la tostada. Lo deja todo en la mesa sin atreverse a decir nada más que volver a disculparse por lo sucedido. Le regalo una mirada de fastidio, de resignación. Es probable que así, la camarera y el local aprendan a tener reservas de leche de todos los tipos para la próxima vez.
Vuelvo a mirar el reloj de mi Tablet y ahora sí, las 12:05. Empiezo a angustiarme por la espera, llevo más de veinte minutos en este bar y aquí no ha llegado nadie. Me gusta llegar pronto a las citas laborales para dar una imagen profesional y de seriedad, pero pocas veces me sorprenden los entrevistados llegando antes que yo. Deberían saber que ya solo con eso, y si dependiera exclusivamente de mí, estarían contratados.
Las 12:11 y recibo un mensaje de Cristina:
Carlos, la chica de la entrevista me ha mandado un mensaje. Dice qué si podemos aplazarlo para mañana, que le ha surgido un imprevisto.
Actualizo mis notas sobre Laura en la Tablet:
Impuntual.
Irresponsable.
Poca seriedad.
Descartada.
Sin contestar a Cristina, recojo mis cosas con cierta rabia, muy molesto por esta mañana que me han hecho perder. Ni siquiera he disfrutado de un buen desayuno. Al terminar, le dejo un mensaje a la camarera en una de mis tarjetas antes de irme:
Tener leche de soja en pleno siglo XXI es un reclamo para muchos clientes. Díselo al dueño/a del local. – Dejo propina por educación, cojo mis cosas y me marcho.
Al salir del bar me cruzo con la camarera, me mira de nuevo con cara de arrepentida, está ligeramente sonrojada también.
Si quisiera tomarse otro café - sonríe ligeramente - que sepa que he ido a comprar leche de soja. – me dice con mirada vacilona.
No, pero gracias. – le dedico yo ahora una pequeña sonrisa, condescendiente.
Al llegar a la esquina me planteo cuán valorable ha sido la iniciativa de la camarera, puesto que está sola en el local y aún así ha conseguido leche de soja. Así que decido volver sobre mis pasos y adentrarme de nuevo en aquel bar de cuestionable decoración para acercarme a ella. Justo la encuentro recogiendo mi mesa y leyendo la nota.
Perdone, detrás de la nota que le he dejado podrá encontrar mi teléfono. Si busca trabajo, llámeme. – Me marcho de nuevo y a paso ligero, para ir a pedirle explicaciones a Cristina, porque esto no puede seguir así.
La chica se queda mirando la tarjeta y mirándome a mí. No dice nada, aunque juraría haber escuchado un silencioso ‘gracias’ tras de mí. Sé que llamará.
Voy para allá Cristina, convoca una reunión con el equipo. – Le escribo al salir.
Eneatipo 7
MÓNICA
Camino deprisa por el centro de las ramblas, esquivando a grupos de gente sin identidad que se me cruzan de forma constante y que están provocando, sin lugar a dudas, que no llegue puntual a mi cita. Sé que parezco estresada por llegar tarde, quizá incluso mi aspecto desaliñado puede hacer pensar a cualquiera que acabo de salir de una escena dramática; el maquillaje ya no es lo que era anoche cuando me pinté, tampoco mi ropa, que ahora debe oler a otro perfume o a varias cosas random.
¿En qué momento se alargó lo de anoche? – Me pregunta mi yo interior.
Seguramente cuando Gustavo sacó aquello… - Me contesta mi conciencia.
La verdad es que no estoy arrepentida, la música de la discoteca retumbaba de una forma fascinante, sentía el bombo recorrer mis venas y mi cuerpo solo hacía que moverse a su ritmo, dejándose llevar…
De repente se topa conmigo uno de esos transeúntes que paseaban por las ramblas sin identidad y me obliga no solo a dejar mis pensamientos sobre anoche, sino que también, a parar en seco a medio camino del metro.
Perdona guapa, ¿eres de aquí? – Me dice acercando peligrosamente su cara a mi espacio vital.
No, de aquí solo son los guiris. – Le digo mosqueada por sus confianzas. – Perdona, pero tengo prisa.
Lo decía porque estoy buscando sustancias… No sé si me entiendes… - Y me lo dice levantando exageradamente las cejas de arriba abajo.
Dentro de mí hay una voz que insiste en que siga mi camino hacia el metro e ignore a este personaje que hará que llegue aún más tarde, pero su aspecto me hace pensar que tiene dinero y que quizás pueda servirme de algo. La casa de Gustavo está apenas a cien metros y sé que tiene todo tipo de ‘sustancias’, como dice el chico pijo.
¿Tienes moto por casualidad? – Mi cara refleja una exigencia indudable.
¡Claro! Es esa de ahí – Me señala una scooter que hay aparcada en la acera de enfrente - ¿Me llevas a conseguir algo?
Te llevo sólo si tu me llevas después a un bar de Hospitalet. – Decido confiar en las habilidades de conducción de un más que probable yonqui pijeras, su aspecto de chico joven y aseado me invita a pensar que cumplirá su promesa y eso implica que podré llegar a tiempo a mi cita.
Cuando llegamos a casa de Gustavo le digo que baje, les dejo hablar un rato y finalmente nos podemos ir. El chico insiste en darme las gracias por lo económico que le ha salido todo, aún sabiendo yo que mi amigo habrá calado las pintas del pijeras y le habrá subido un poquito el precio. Insisto en que se de prisa y se deje de adulaciones. Son las doce menos cuarto y en quince minutos debería estar en Hospitalet, Google Maps sabe que eso es imposible, pero yo confío en las habilidades del pijeras y la potencia de su scooter.
Cuando bajo de la moto siento como mi pelo se ha convertido en una honda expansiva que se ha creado únicamente donde acaba la forma del casco, mientras que la parte de arriba parece engrasada cuál pelo en aceite. Me miro en el retrovisor y ahora mi aspecto me recrimina de nuevo la pregunta anterior, aquella de porqué salí anoche, pero sigo pensando que lo bien que lo pasé compensa. Siempre compensa.
No sé si este chico está esperando algo de mí, se ha bajado de la moto y parece cómo que está esperando algo. Le doy las gracias con una sonrisa y alzo la mano en señal de despedida. Parece que quiere decir algo, pero me importa poco y llego tarde.
Bueno, me voy que tengo prisa, ¿eh? ¡Qué vaya bien la vida!
¡Adiós guapa, espero volver a verte! – Pongo los ojos en blanco en señal de hartazgo por el uso del piropo de nuevo, le regalo una sonrisa irónica y me voy.
Estoy enfrente del bar y ahora es cuando empiezo a sentirme nerviosa. Miro el reloj, al final solo llego diez minutos tarde, aquí el pijeras le ha dado caña a la moto y le hemos ganado seis minutazos a Google Maps.
En Tinder ponía que Julia, además de tener su propio bar, era una chica constantemente ocupada. Seguramente lo del bar tenga mucho que ver en ello, pero ahí está, con un delantal cobre a juego con su pelo y una bandeja en la mano. Está sirviendo cafés a una pareja de señores mayores y cuando termina me sorprende observándola.
Pensaba que ya no vendrías, quizá me habías visto vestida con esto – dice tocando el delantal – y te habías echado para atrás.
A ver pelirroja – le digo con tono seductor - ¿en serio crees que podría olvidarme de ti? – Ella sonríe y se acerca para abrazarme.
Ven, siéntate donde quieras. ¿Qué te apetece? – Veo que por un momento me observa de arriba abajo y frunce ligeramente el ceño.
He tenido una mañana intensa y además anoche salí, me merezco un trozo enorme de ese pastel tan bueno que dices que haces.
¿Ayer saliste con las del equipo? ¿O con los hippies y Gustavo?
La B. – La veo sonreír satisfecha porque ha acertado. – Se nos fue de las manos… Yo que quería ir esta mañana donde Gloria… - Julia saca una tarjeta del delantal y la coloca encima de la mesa.
Voy a atender a las mesas y vengo en un rato. Esta tarjeta la ha dejado un cliente muy prepotente antes, infórmate, creo que buscan gente.
Me enciendo un cigarro y me acomodo en la silla esperando mi gran trozo de tarta. Cojo la tarjeta que Julia ha dejado en la mesa y leo lo que pone.
Sr. Carlos Ramos Fernández, Director de RR.HH. Endeka S.A.
Le doy la vuelta a la tarjeta esperando un fondo blanco e insulso, pero me encuentro con una frase escrita a boli que dice: Tener leche de soja en pleno siglo XXI es un reclamo para muchos clientes. Díselo al dueño/a del local.
Menudo imbécil… - Dice mi yo interior.
Eneatipo 2
PURI
Me encanta perderme entre los puestos del mercado; contemplar la gama cromática de alimentos que se presentan ante mí; disfrutar de la mezcla perfecta entre olores a mar, a fruta y a especias; perderme entre los pasillos laberínticos y encontrar nuevos rincones; escuchar conversaciones ajenas… Es mi rutina de cada martes por la mañana desde que me jubilé, y sé que puede parecer algo muy simple, pero no deja nunca de sorprenderme lo que supone para mí ese gran placer sensorial.
A menudo paso un par de horas recorriendo las paradas y comprando de todo. Hoy son ya las once de la mañana y todavía sigo en la cola del pescado. Veo que Rocío aparece por la panadería y le pido a la señora de detrás que vigile mi tanda por un segundo.
¡Rocío! ¿Qué tal? ¿Tenemos bingo hoy?
¡Hola Puri, cariño! Pues me ha dicho Isabel que a ver si quedamos más temprano hoy, que tiene que hacer no se qué para su hijo o ir a no sé dónde, me la he encontrado en el rellano.
¿Entonces a las 4 allí? Hoy tengo una corazonada. ¡Verás!
Puri, llevas dos semanas diciendo lo mismo… Pero oye, ¡Ojalá!
¡Te lo demostraré cariño! – Me voy alejando de Rocío mientras pronuncio estas palabras porque veo que llega mi tanda. Ella me sonríe y se aleja también levantando la mano a modo de despedida.
Cuando llego a casa me preparo para hacer un buen arroz caldoso como le gusta a mi Juan. Él, está sentado en el sofá, prácticamente no se mueve y tiene su mirada fija en el televisor. Otro partido de futbol se refleja en la pantalla, pero Juan ya no recuerda ni cómo se juega al futbol. O quizá si oye, pero me sorprendería gratamente, es complicado a veces hasta recordarle quién es él, y por supuesto, quién soy yo.
Cojo el teléfono y advierto que Carlos todavía no me ha llamado hoy. No sé si vendrá esta tarde a ver a su padre, está muy liado con su trabajo en Endeka y aunque lo entiendo perfectamente, hay algo en mí que sabe que mi hijo no está bien. No quiero pensar que Carlos evita venir a casa por ver a su padre así, pero desde que Juan ha empezado a olvidarse de todos, nadie se interesa por él.
Juan era el hombre perfecto para mí, siempre me dio amor y cariño, cuidaba de mí siempre que podía y cocinaba como un auténtico chef. Nunca me quitó las alas, como sí hicieron los maridos de mis amigas, nunca me prohibió salir y nunca dejó que Carlos se perdiera entre las malas compañías. Juan fue un buen padre y un buen esposo, y aunque ahora no lo recuerde, le cuidaré como se merece mientras yo pueda ser capaz de ello. No sé si Carlos cuidará de mí si en un futuro acabo igual que su padre, para Carlos su trabajo es su vida, siempre le digo que nos meta en una buena residencia. En una de esas que parece que todo son fiestas, masajes y partidas al dominó. ¡Ojalá con la cuadrilla!
Veo que Juan se relame y sonríe después de probar su plato favorito, será que la demencia no le puede hacer borrar ese sabor predilecto. Mientras le ofrezco cuidadosamente otra cucharada intento conectar con su interior.
Juan, ¿te acuerdas de mí hoy?
Pero Juan solo me mira durante un par de segundos y se gira de nuevo a mirar el televisor. Cada vez que no consigo un afirmativo a esa pregunta, recorre por dentro de mí una angustia enorme que intento disimular a toda costa. No sé qué haría Juan si me ve llorar, la última vez se puso a llorar también. Rogaba irse con su madre. Qué dolor tan grande que tu marido ya no sepa de ti, ya no dependa de ti, ya ni hable contigo… Por suerte Aurora viene cada día a cuidar de Juan en las horas que yo me permito salir a la calle.
¡Aurora, hoy me va a tocar el bingo, tengo una intuición!
Cuidado señora, tenga cuidado con la ambición. – Me dice preocupada.
Aurora, yo no soy ambiciosa, quiero dinero para irme con Juan a una buena residencia. En una de esas en las que podría salir con mis amigas o quedarme allí mismo jugando al chinchón. ¿Sabes lo que es el chinchón?
Sí señora, ¡por supuesto! Mi mamá jugaba al chinchón con sus amigas también.
Podemos probar un día y jugar con Juan, a veces si le pones algo delante interactúa con ello de forma inconsciente. ¿Te puedes creer que le di el otro día una baraja y se puso ordenarlos de menor a mayor?
Los momentos de lucidez cuando hay demencia son poco comunes, pero existen. Es probable que algún momento vuelva a reconocerla e incluso que le hable sobre algo que tienen en común. A mí me preguntaba el otro día por Carlos, ¡fíjese!
Ay Carlos… Mi hijo es que es demasiado trabajador Aurora… No tiene tiempo para venir a vernos, pero no le culpo… Me conformo con una llamada al día, aunque me sigue costando que sea él quien nos llame.
Aurora me mira con compasión, quizá sea de forma involuntaria, pero en parte me ofende. He intentado toda la vida mantener una relación cercana con mi hijo, le quiero mucho y siempre he intentado conectar con él. Pero Carlos es tozudo, individualista y está centrado siempre en sus cosas, en querer ser perfecto, en que Endeka prospere. Si al final me tocase el bingo, le invitaría a comer, le daría la mitad del premio para que lo invierta en su proyecto, pero a cambio le pediría que venga a vernos más a menudo. Y no podrá rechazarlo. No podrá abandonarnos otra vez.
Rocío e Isabel se han puesto con un par de cartones ya para la primera jugada, yo he sido precavida y solo tengo uno entre mis manos. Contiene mis números favoritos: sobre todo el 17, la fecha en la que me casé con Juan; y el 11, el cumpleaños de Carlos. Miro el teléfono y todavía no hay señales de él, tampoco de Aurora y eso me tranquiliza. El señor que canta los números lleva ya más de medio bombo cuando Sofía chilla de forma exagerada un “¡LÍNEA!” que nos ensordece a todos. Sofía es la clienta perfecta para este lugar, le acompaña todavía una barra de pan y un carro que seguro eran la compra de esta mañana. Me entristece perder la línea, aunque me alegro por ella, No pierdo la esperanza. La partida aún no ha terminado. Mis números favoritos se esconden ya tras la ficha roja. Solo me queda un número, el 22, la fecha en la que Juan se olvidó por primera vez de quiénes éramos, aquel día fatídico en el que pronunció las palabras hirientes:
Pero… ¿tú quién eres?
Eneatipo 6
LAURA
Una copa de vino blanco reposa sobre la mesa de madera del salón, siento que me está mirando, que me presiona para que lo haga. Doy un sorbo para intentar distraerla, para tranquilizarme y para aparentar normalidad ante una casa vacía que me observa en la penumbra. Me impone la mirada acusatoria de mi smartphone, posado sobre la mesa junto a la copa, siento que me están presionando para que haga la maldita llamada. Intento pensar en las pruebas que tengo para hacer la denuncia… Mierda, ninguna.
Pero, quizás mi llamada es solo un hilo del que tirar para la policía, en realidad para eso están, ¿no? Quizá no… Quizás para eso estoy yo… Me levanto del sofá y empiezo a pasear por el salón con la copa de vino en la mano. De la cocina al ventanal, de la chimenea de gas al sofá y vuelta a empezar. Cada vez que me acerco a la ventana le doy un sorbo a la copa y aprovecho esa pausa para retirar la cortina y observar la ciudad. La iluminación navideña me inspira, me empuja, me incita a buscar justicia, pero sin pruebas no va a servir de nada… Necesito una certeza, necesito algo que, a pesar de destapar el caso, les pille sin recursos para escapar o para esconderse.
Tendría que haber ido a la entrevista… ¿Qué me costaba? Solo hacer un poco el papelón, conocer a Carlos y quizá en algún momento de valentía preguntar por qué. Pero claro, sabía dentro de mí que ir a esa entrevista era mostrarme ante ellos, mi nerviosismo y mi titubeo me hubieran delatado. Y eso por no hablar de las ganas de llorar que hubiesen presionado a mis ojos en cada momento. Son obviedades con las que tengo que convivir, mi copa de vino se balancea ligeramente de lado a lado por culpa de los nervios. Unos nervios que estoy sufriendo aquí sola, unos nervios que además no logro comprender porque ahora mismo no hay problemas, solo decisiones que tomar.
Me tiro en el sofá desganada, sin fuerzas para seguir dando vueltas. En una mano sigo teniendo a mi fiel compañera, la copa de vino. En la otra, mi otro fiel compañero me pide que marque el 112, que acabe con esta tortura. En un acto de valentía desbloqueo el teléfono y me dirijo a la agenda, pero marco el teléfono de Maca con mucha esperanza.
Maca, cariño, ¿podemos hablar?
Hola cielo, me pillas de compras con Claudia. ¿Te apuntas? No te hemos dicho nada porque pensábamos que estabas trabajando.
No os preocupéis, la verdad es que sí que estoy trabajando, el caso es que… - Maca me interrumpe como de costumbre.
Tía, hemos visto a Gustavo en el Starbucks, ¡no sabes lo guapo que estaba! Claudia le ha sonreído y creo que él ha sonreído también, pero ya sabes, con esto de las mascarillas... – le devuelvo una sonrisa telefónica para finalizar el tema.
Maca, necesito vuestra ayuda. Tengo una investigación complicada en el periódico y necesito que me ayudéis.
Le hago a Maca un resumen de la investigación, oigo que ella se lo va contando a Claudia, al final decide poner el ‘manos libres’ y, aunque a mí me retumba el sonido de los coches y de la gente que debe estar en el centro de la ciudad, la opinión de Claudia me parece muy importante, seguramente vale la pena.
¡Yo si quieres llamo y voy a la entrevista por ti Laura! – Me dice Maca con un entusiasmo desmesurado. – No me parece un riesgo, solo debo evitar los nervios, fácil. Puedo preguntarle lo que quieras a ese tal Carlos. ¡Le pillaremos amiga!
Todavía no llames a la policía Laura, deja que Maca vaya a la entrevista y saque más información. – Me dice Claudia con seguridad, y enseguida me reconforta. Es una sabia decisión.
Vale chicas, ¡decidido! ¡Muchas gracias! Os quiero.
Termino mi copa de vino y siento la seguridad de la voz de Claudia corriendo por mis venas. Ya no me tiemblan las manos, no hay miedo. Estoy segura de que Maca será capaz de sacarle información a ese hombre, ella es entrometida como ninguna y además tiene mucho don de gentes, podría venderle un peine a un calvo.
Decido llamar a mi jefa para informarle sobre la investigación. Son las diez de la noche y posiblemente ya haya plegado, decido colgar y le mando un audio. Le explico cómo va todo, le cuento que voy a asistir a una entrevista falsa con el director de Endeka, pero no le cuento que ya hubo una primera y que decidí no ir, que me pudieron los nervios. Tampoco le voy a contar lo de Maca, debería ser yo quien vaya a esa entrevista, soy yo la periodista. Mando el audio a medio gas, con miedo a ser descubierta. Sin decir toda la verdad, o más bien sin decir todas las mentiras.
Se amontonan muchos pensamientos en mi cabeza por un instante, relleno de nuevo otra copa de vino. Esta vez no puedo fallar, tengo la confianza de la jefa en mí por otorgarme esta investigación. Aún recuerdo el día que me envalentoné y me presenté en la puerta de su despacho:
Estoy bastante cansada de cubrir la información local y cultural. Necesito algo que me motive María, algo que pueda gestionar y sentirme orgullosa después. Algo que marque un punto de inflexión en mi carrera, algo turbio…
Al final de tanto insistir en aquello, María me dejó este caso entre las manos. Había recibido una llamada en el periódico unas semanas antes, alguien decía que se iba a crear una empresa llamada Endeka, que iba a ser un proyecto tenebroso y que posiblemente fuera a experimentar con seres humanos. Llamé de nuevo a esta persona, quería saber más, pero nunca nos cogió el teléfono. Yo sabía que podía ser todo mentira, una falsa acusación. Podía estar perdiendo el tiempo de una manera ridícula, tirando de un hilo que no tiene prenda, podría estar metiendo a Maca en algo peligroso e incluso Maca podría liármela también. Lo peor ya lo sabía, pero en el riesgo está el triunfo.
Eso decía mi padre…