RESEÑA TEATRAL
Las luces y las sombras del ser humano se adueñan del escenario en “Para mirarse por dentro”
Publicado en https://takeabreakmagazine.wixsite.com
Obra: Para mirarse por dentro.
Director/a: Mercedes González.
Reparto: María Cano y Beatriz Sanz.
Lugar: Sala On, Barcelona. España.
Fecha: mayo/junio de 2020.
Una sala de teatro pequeña, íntima y cercana, normalmente te obliga de algún modo a formar parte de la escena. Y, Para mirarse por dentro no ha sido precisamente la excepción. Desde un primer momento, la obra te atrapa, es fácil identificarse con el tema que aborda y es fácil sentirse implicada en ella. ¿Por qué? Pues porque lo introspectivo es personal, y porque los miedos son compartidos. Todo ser humano tiene ego, esperanza, ansiedad y sobre todo miedo.
Mercedes González, directora y guionista de la obra, hila así un argumento que se divide en cuatro mini obras distintas, aunque con una temática común. Un lenguaje cotidiano, una escenografía sencilla y dos actrices que dominan el escenario, María Cano y Beatriz Sanz, son los ingredientes que nutren la obra y hacen que el espectador quede hipnotizado por el conjunto de la historia. Aunque también hacen que pare un segundo, en las pequeñas pausas, para mirarse por dentro.
La obra comienza con un monólogo de Beatriz Sanz representando al ego en “Egos Anónimos”. Y aunque para el espectador podría ser complejo personificar al ego, allí esta ella poniéndose en la piel de un ego abandonado, de un ego que ha perdido facultades, de un ego que necesita terapia para sobrevivir. La comedia y el drama se unen en esta pequeña obra para brindarle al espectador la oportunidad de mirar al ego desde fuera y enfrentarse a él. Sin miedo y con contundencia, reconociendo que existe, dándole forma.
Cuando el ego abandona el escenario, María Cano se suma a Beatriz y juntas muestran la cara más dura de la vida en pareja. Las dificultades por las que pasa una relación amorosa y las decisiones que se deben tomar o no para adaptarse a la otra persona. Sacrificios, inseguridades, miedos y deseos. Cualquier deseo puede romper una bonita historia de amor. “Terapia de dos” es una obra que trata un tema muy común, quizá demasiado obvio, pero lo afronta desde una perspectiva lésbica que de alguna forma lo particulariza. Pero lo significante no es el tema, sino la forma de abordarlo.
La iluminación apacible y la tristeza que deja la segunda obra, contrasta enseguida con unos focos y un sonido que ahora son protagonistas. María Cano se queda sola en el escenario para viajar, mediante la meditación, a lo más profundo de su mundo interior. La dualidad del pensamiento humano se ve reflejado en este ‘mirarse por dentro’ que todos hacemos alguna vez y que tanto miedo puede producir. Quizá es en esta parte de la obra donde te das cuenta de que todo lo anterior podrían ser causa, y que ese momento de éxtasis podría ser la consecuencia de lo anterior.
Pero se vuelven a apagar las luces, y de repente, se reproduce un videoclip que te despierta de la nube de pensamientos que te pueden invadir tras las tres primeras partes de la obra. La canción de ‘Ni un pelo de choni’ es una maravilla, como también lo es el videoclip. Un homenaje a todo lo excéntrico, lo singular, una canción que no sabes si te recuerda más a Fangoria o a la Ladilla Rusa. De repente la comedia pasa a ser el género principal. Puede que el espectador se sienta un poco perdido, pero Beatriz y María no están hablando de temas ajenos al resto de la obra. Es más, vuelven al objetivo principal, mirarse por dentro.
Es una pena que el alcance la obra no sea tan importante. Porque “Para mirarse por dentro” te hace reflexionar sobre uno mismo, sobre nuestra propia conducta y sobre cómo afectan nuestros deseos a los demás. El Eneagrama y la psicología interpretan el papel principal de la obra, puede que, si el tema no te interesa o no lo conozcas, te sientas un poco perdido ante el guion. Las limitaciones del argumento podrían entonces ser representativas, puede que no a todo el mundo le interese mirarse por dentro. Al fin y al cabo, es un tema que tiende a incomodar, por la dificultad del ejercicio que eso conlleva y por ver de cara la realidad. Otra de las limitaciones que puede tener la obra es el salto entre las obras que la componen, perder el hilo es complicado (puesto que todas tienen una temática común) pero no lo es tanto perder la conexión con el personaje. Es un riesgo que puede producir la clara diferenciación entre bloques, pero que vale la pena correr.
Bajo mi punto de vista, es una obra que merece la pena ver y sobre todo vivir. Creo que la magia está también en vivir todo aquello en ese lugar y de aquella forma. Es una obra creada y representada por mujeres y eso es algo que se puede percibir; en la complejidad de las mentes que se ven representadas, en la necesidad de plantarle cara a los miedos. A pesar de ser una obra novel y representarse en una sala pequeña, no deja nada que envidiar a los grandes espectáculos que suelen ser más impersonales y fríos. Apenas a dos metros del escenario, la respiración, los movimientos y las expresiones de las actrices te hacen sentirte muy dentro de la obra, tanto, que sales de allí como si hubieran mirado dentro de ti. A pesar de que allí, las que se miran por dentro son ellas.
PERIODISMO DE VIAJES
Un paseo por el Trastevere más bohemio y artístico
Al otro lado del mar mediterráneo, se encuentra la conocida como ‘ciudad del amor’. La capital de Italia, el país del arte y la gastronomía. Roma es un destino especial, artístico y lleno de encanto. Así que decidí hacer la maleta y descubrir esa ciudad de la que tanto hablan.
Roma es una ciudad muy bonita y que además impresiona. El melodioso acento italiano es la banda sonora de todos los encantos de la ciudad, y el olor de Roma, como no, se constituye de un intenso aroma a Café, por las mañanas, y a pizza durante el resto del día, en cada rincón. Roma se compone de calles estrechas, una gran cantidad de plazas y por supuesto, una gran multitud de monumentos y edificios construidos durante la época del Imperio Romano, que convierten la ciudad en un museo en el que hay muchísimos puntos en los que pararse a mirar. Una ciudad convertida en una inmensa exposición de arte en la que al girar cualquier esquina, se puede encontrar una bonita iglesia, un mercado local o cualquiera de las heredadas ruinas de la antigua Roma.
El suelo adoquinado me acompañó desde el primer momento en el que bajé del tren, hasta volver, cuatro días más tarde, a aquella misma estación para regresar a Barcelona. La estación fue la del encantador barrio de ‘el Trastevere’, el mismo en el que me alojé durante mi estancia en Roma. El Trastevere está situado al sud-oeste de la ciudad, dividido del centro romano por el trazado delimitado por el río Tíber. Al norte, a menos de media hora a pie, se encuentra la Ciudad del Vaticano, y al otro lado del río, al este del Trastevere, encontramos la zona más céntrica de Roma, en la que se encuentra el Panteón y la Fontana di Trevi entre otros muchos edificios y monumentos espectaculares.
Calma de día, tormenta de noche
El barrio de El Trastevere es bohemio, reivindicativo y desaliñado. Diferente al resto de la ciudad por sus edificios coloridos aunque desgastados, muchos de ellos cubiertos por plantas y preciosas enredaderas, algunos, con ropa tendida en los balcones. También es singular por el ambiente que se aprecia en la zona, una silenciosa calma de día y una animada tormenta de noche, lleno de espectáculos musicales y de magia. Diría que se puede estar prácticamente en silencio hasta la hora de la comida. Es, a partir de entonces, cuando los diferentes restaurantes y trattorias intentan captar el máximo número de turistas. Las invitaciones para entrar a comer a sus restaurantes son constantes, todos insisten a que entres, desde la hora de comer hasta la hora de cenar.
En Trastevere las noches son más largas que en el resto de la ciudad. Las calles son estrechas, mucho, en la gran mayoría apenas cabe un coche. A pesar de esto, los conductores italianos no tienen ningún reparo en conducir a gran velocidad, provocando así continuas disputas entre conductores y peatones.
En mi primer paseo por el Trastevere me dio la impresión de que aquella era una zona reivindicativa, porque en muchos muros y farolas se habían estampado carteles de activismo político y además había grafitis por todas partes. El famoso grafitero, ‘Mimi The Clown’ ha llenado el barrio de pinturas provocativas y de denuncia política. Las calles del Trastevere están repletas de pinturas y carteles. A lo largo del río Tíber, en ambos lados se pueden ver mosaicos de grafitis, muchos de ellos con frases de protesta. En conjunto, todo esto refleja un ambiente moderno y a la vez desgastado. Un arte que nada tiene que ver con la arquitectura del Imperio Romano, y que por ello contrasta con el centro de la capital italiana.
Un aspecto que rejuvenece al antiguo barrio de El Trastevere, dónde sus pintadas calles presencian todo tipo de espectáculos artísticos cada noche. A partir de las seis de la tarde, el aspecto de sus travesías no tiene nada que ver con el que hay por las mañanas. Todos los bares y restaurantes sacan sus sillas a la calle, y aquellos que no tienen terraza, se llenan de turistas bebiendo en la puerta de sus locales. La primera noche que pasé en Roma decidí coger una porción de pizza en una de las pizzerías del Trastevere y sentarme a cenar justo al pie de la inmensa fuente que hay en el centro de la Plaza de Santa Maria, punto de encuentro entre todos aquellos que viven o que visitan el tradicional barrio.
De frente había un chico vestido de negro, con sombrero y zapatos de punta, su bigote italiano le daba un aspecto singular. El chico era ilusionista y hacía levitar una bola de cristal frente a los ojos de decenas de turistas que miraban al chico embelesados. Al joven, le acompañaban dos chicas italianas, ambas vestían con ropa cómoda y también negra, realizaban por separado espectáculos de fuego. Una de ellas bailaba danza clásica, mientras jugaba con bolas de fuego. La otra chica, hacía malabares con unas ardientes varas, incluso terminó la escena apagando el fuego con la boca. Al finalizar los espectáculos celebraron el dinero que habían recaudado. En los bares de la plaza, los comensales disfrutaban del espectáculo desde sus mesas, aunque también en las terrazas había música en directo.
En las calles que rodean la plaza de Santa María, hay muchos bares en los que pararse a tomar una copa, al igual que en las tiendas de ropa, que cerraban más tarde de las once de la noche. El ambiente de la zona invitaba a sentarse en cualquiera de aquellos locales modernos. El happy hour hasta las diez de la noche, llenaba todas las calles de jóvenes, en su mayoría turistas, tomado cerveza y escuchando música. Me decidí a entrar en un pequeño bar musical en la esquina de la Via della Scala, un sitio que recomiendo para bailar al ritmo de música electrónica y tomar un cóctel o un combinado. Al lado de la puerta del local, un hombre de origen cubano tocaba la guitarra y cantaba canciones en español, muy bailadas sobre todo por los grupos de jóvenes que pasaban por la calle.
En estas mismas calles, se instalan una serie de paraditas artesanales en las que venden piedras, collares, cuadros, pinturas y todo tipo de utensilios hechos a mano o importados de lugares con encanto. Una minoría de los comerciantes eran personas deshilachadas, seguramente vagabundos de la ciudad romana, personas que vendían telas y pinturas destinadas a turistas, mientras sus perros descansan en la esquina de la paradita. Personas sin techo que, durante la tarde y también de noche, pedían limosna cerca de los locales de fiesta. Cada noche, un grupo de indigentes duermen junto a la Basílica de Santa María. La pobreza es también una característica de la zona, los turistas son un gran reclamo de aquellos que tienen la necesidad de pedir en la calle.
Pero además del encanto bohemio que aporta todo este ambiente relatado anteriormente, el Trastevere también es un lugar para visitar por la presencia de monumentos y lugares de interés. De hecho, la Basílica de Santa María, situada en la misma plaza en la que cené la primera noche, fue el primer edificio cristiano oficialmente abierto al culto, según leí en la entrada de la basílica, eso ocurrió en el siglo III. El techo de la basílica es espectacular, es alto y artesonado. Muchos turistas se acercan hasta el Trastevere exclusivamente para visitar éste bonito templo. El domingo por la mañana pasé de nuevo por la puerta de la iglesia, se había celebrado una misa y la gran mayoría de los asistentes vestían con sus mejores galas, seguramente, sus trajes de los domingos. Un aspecto que contrastaba con el grupo de personas que duermen allí, y que pedían limosna en la entrada, esa misma mañana.
Música en la calles
La segunda tarde que estuve en Roma fui a visitar el parque ‘Gianicolense’, el monte más alto de la ciudad, en el que se puede apreciar una bonita panorámica de la capital italiana. En el punto más alto de la montaña, un chico de pelo rizado y gafas de sol, tocaba su guitarra y cantaba algunos temas bastante conocidos internacionalmente. Todos los presentes allí, mirábamos como aquel chico se dejaba llevar por su música y cómo nos deleitaba con su voz ronca y desgarrada, cantando canciones de Bob Marley o de los Beatles, entre otras. En repetidas ocasiones encontré a chicos jóvenes tocando en las calles de Roma. De hecho, el último día en el aeropuerto, un chico tocaba su guitarra mientras llegaba la hora de salida de su vuelo. El chico, ganó más de cien euros en apenas dos horas y todos aquellos que esperábamos en aquel punto de fumadores, hicimos un círculo a su alrededor y escuchábamos atentamente sus canciones de Maroon 5 o incluso del grupo Nirvana.
La gastronomía es para Italia una fortaleza que pocos países tienen para ofrecer a sus turistas. Además de ser de buena calidad, las pizzas italianas han triunfado y lo siguen haciendo, en todo el mundo. La cocina del Trastevere también tiene algunas peculiaridades respecto a la del resto de la ciudad. Aunque muy parecida, es más el ambiente de las callejuelas y el del interior de los restaurantes los que destacan en la zona. En el barrio del sudoeste romano, abundan las trattorias, restaurantes muy tradicionales y a buen precio. El segundo día comimos en una muy pequeña, un lugar por el que habían pasado personajes famosos conocidos en todo el mundo. El decorado del local era muy tradicional, las paredes llenas de fotos y cuadros, y en las mesas colgaban manteles azules de cuadros. Un lugar con mucho encanto, escondido entre las callejuelas de la zona.
La última noche de nuestra estancia en Roma, fuimos a un restaurante que desde el primer día nos cautivó. El chico de la entrada sabía un poco español, nos ofreció champagne a la espera de una mesa libre. El restaurante, llamado Grazzie Grazziela, está situado justo en el corazón del Trastevere y son especialistas en cocina típica italiana, pizzas, pasta y todo tipo de platos italianos, de calidad inmejorable. Un lugar espectacular, que por las noches alumbra su terraza con velas. El Grazzie Grazziela es un ejemplo de la esencia del Trastevere, su decoración interior embelesaba a todos los turistas que estábamos allí. Del cielo colgaba una bicicleta antigua, y al lado de mi mesa había una nevera roja de chapa. La música estaba un poco fuerte, más de lo que debería para poder escuchar a mi acompañante. Pero parecía no importarle a nadie, a nadie le molestaba, tampoco a mí. De hecho, sonó una canción que parecía triunfar en Italia, y subieron aún más la música. Varios comensales que entraban a pagar, cantaban y bailaban junto a los camareros mientras le imprimían la cuenta, y todos los italianos que había en el local sabían la letra de aquella canción y cantaban sin . A pesar del ir y venir constante de platos de pizza y pasta, todos los camareros cantaban y bailaban también, sonriendo constantemente a la clientela. Me enamoré de ese restaurante, como también del alma alegre que los camareros habían hecho de aquellas fascinantes, aunque pequeñas, cuatro paredes.
Nos despedimos de Roma tomando un tiramisú i un cappuccino en la mañana de nuestro cuarto día allí. En una terraza de la Via di San Francesco a Ripa, en el corazón del Trastevere. Y por esa misma calle, emprendimos de nuevo nuestro camino hacia la estación. La escapada por la capital italiana, me sorprendió gratamente. Es un destino al cual no me importaría volver.
CRÓNICA
¡MERCHE, ME CASO!
‘¡Merche, me caso!’ es lo que le confesó la señora Ana a su hija Mercedes la pasada semana. Extrañada, ella le preguntó con quién, Ana contestó sonriente que con David, su cuidador en el geriátrico. Merche sonrió y le dijo: ‘Mama, ya no tienes edad para casarte’, Ana asombrada preguntó cuántos años tenía, ’86 mama’ y ella misma le dio la razón: ‘Uy pues entonces no’.
Encima de cada puerta un número y un nombre, unos pasillos eternos y una puerta a cada lado, parecido a los pasillos de un hospital. Me adentro por las habitaciones en busca de Ana Arboledas, padece demencia senil y alzhéimer. Un chico joven la está vistiendo en el baño, le coloca un gran pañal a la mujer y luego buscan entre todos unas bonitas zapatillas. La señora Ana vive ahora, y después de muchas lágrimas y berrinches, en el barrio de Horta Guinardó en una residencia de ancianos privada. Hace apenas cinco meses desde que su hija, Mercedes Castro y sus cuatro hermanos, tuvieron que trasladarla allí visto que no recibían ninguna ayuda por parte del estado. Su madre llevaba ya cuatro años a la espera de una cama pública que se hacía inalcanzable.
Según publicó el diario El País el pasado mes de marzo, la ley de dependencia está siendo recortada por todas partes, y es que la deuda a los necesitados ya asciende a 90 millones de euros, sin contar la falta de ayudas por parte del estado a aquellas personas que han tenido que coger una plaza en residencias privadas a la espera de una cama pública. La cama de Ana la financia su pensión y la ayuda de todos sus hijos. Mercedes me explica que hace algunos años, antes de los recortes, recibían una pequeña ayuda y con ella contrataron a una asistenta social: “realmente no fue solo una, si no cinco, las asistentas que pasaron por su casa. Mi madre las acusó a todas de robar, y nosotros al principio la creímos pero después nos dimos cuenta de que era la enfermedad, las joyas que según ella le habían robado, días más tarde aparecían escondidas bajo el colchón”. Para los hermanos, la situación era insostenible. En la casa de Ana tenían desactivado el gas, la puerta cerrada con llave, la nevera vacía y la televisión a un volumen desorbitado. Pero la larga lista de espera que poseen las residencias públicas ya alcanza incluso los ocho años.
Ana nos guía con su andador hacia el salón de la residencia, debido a la edad las rodillas de la señora están hinchadas y apenas puede caminar, la silla de ruedas es otro de sus aliados, otra de las razones por las que no podía seguir viviendo en su antigua casa, un tercero sin ascensor. El salón es un lugar muy amplio, al entrar largas mesas para comer, luego, una primera fila de sillones donde ver la televisión y detrás, varias mesas para jugar a las cartas. Allí me encuentro con Marta, otra de las educadoras sociales del centro, ella saluda a Ana cariñosamente con una caricia en la mejilla y se va saltando, una chica joven y extrovertida, muy alegre. Al girarme veo como les explica a dos mujeres que deberán cantar una canción para el día de Sant Jordi. Los ancianos de aquel salón no parecen querer salir de allí, se ríen, conocen gente, juegan a las cartas, incluso veo alguna pareja de enamorados. No obstante, también hay otros que no levantan la mirada del suelo, puedo apreciar la tristeza, el ir y venir de los medicamentos, las papillas sobre la ropa, los gemidos de alguna anciana desesperada…
El número de personas que recibían la prestación económica por dependencia antes de la llegada al gobierno del Partido Popular era de 1.048.424, actualmente (2013) y tras los recortes de la ayuda, según afirma Europa Press, se cifran en 944.345.
Mercedes me quiere mostrar la terraza del geriátrico, vamos con la señora Ana para que le dé un poco el aire. Allí me asombra la actitud de varias personas. Justo detrás veo a una mujer joven, lleva unas gafas enormes y el pelo recogido. Acompaña a una mujer mayor en silla de ruedas, muy delgada y llena de arrugas, apenas tiene tres dientes y su piel está cubierta de manchas marrones, es su tía. La chica le hace preguntas sobre su vida, mientras escribe en una hoja todo lo que ésta le explica. La mujer divaga de vez en cuando, entre sus recuerdos, pero la chica le va orientando sobre lo pocos conocimientos que tiene del pasado de su tía. Al fondo hay una mujer de mediana edad, de pelo corto y rubio, acompañada de un pequeño chiguagua que corretea por allí, y sus dos nietos gemelos que están construyendo un castillo imaginario con las sillas de la terraza. Han venido a ver a Manolo, un hombre de unos cincuenta años, rojizo de piel y un poco rellenito. Al parecer solo es capaz de repetir monosílabos constantemente. Mercedes me cuenta que la mujer del pelo rubio es su esposa, y que él tiene un gran mal genio, cuando se enfada es capaz de hablar articulando todas las palabras. Pero ahora sólo le veo decir “¡si, si, si!” “vale, vale, vale” y mirando al perro dice “es guapo, guapo, guapo!”.
El patio queda delimitado por una reja, que lo separa de la calle. Hay dos gatos que vagan por el patio, los residentes miran embobados lo que hacen aquellos animales. Ana se sorprende al ver como uno de ellos escala por la reja, nos lo señala para que lo miremos, y por último sonríe. En la mirada de Ana puedo ver soledad y tristeza por estar en aquel lugar, Mercedes me ha dicho que van a verla casi todos los días, pero la mujer no lo recuerda. Mirando hacia los gatos, mi mirada cae en los quehaceres de un hombre que mira embelesado hacia la calle. Con su ‘taca-taca’, se acerca hacia la puerta que hay en la reja, y con sus manos temblorosas, debido al Parkinson, intenta romper la cadena que mantiene la puerta cerrada. Abatido y desesperado, se gira, y se peina su pelo corto con la mano. En ocasiones, la actitud de algunos ancianos me recuerda a un psiquiátrico. Cuando hemos terminado la visita, me despido de la señora Ana que ya es la hora de comer.
Ella, me despide con dos besos y añade: “¡Espérate que pregunto a ver si os podéis quedar a comer, yo invito!”.